Una noche, mientras la pequeña Sofía jugaba tranquilamente en su habitación, escuchó ruidos extraños provenientes del dormitorio de sus padres.
Con curiosidad, se acercó sigilosamente y abrió la puerta sin hacer ruido. Lo que vio la dejó perpleja: su madre estaba encima de su padre, moviéndose de una manera que ella nunca había visto antes.
—¡Mamá, papá! ¿Qué están haciendo? —preguntó Sofía con los ojos bien abiertos.
La madre, sorprendida y avergonzada, se detuvo de inmediato y trató de pensar rápidamente en una explicación.
—¡Sofía, cariño! No es lo que parece —dijo la madre, nerviosa—. Verás, papá ha comido mucho hoy y su barriga está muy hinchada. Yo solo estaba... ayudándolo a aplanarla un poco.
Sofía ladeó la cabeza, no muy convencida con la explicación.
—Pero mamá, ¿por qué no le dices que coma menos? —preguntó inocentemente.
La madre, intentando mantener la calma, respondió:
—Bueno, cariño, a veces los adultos necesitamos hacer cosas extrañas para sentirnos mejor. Pero no te preocupes, todo está bien.
Sofía asintió, aunque seguía un poco confundida. Luego, recordó algo y su rostro se iluminó con una sonrisa pícara.
—Ah, ya entiendo. Es como cuando la vecina, la señora Martínez, viene a visitarte, ¿verdad? —dijo Sofía con una risita—. La he visto entrar a casa cuando mamá no está y siempre dice que viene a "inflar" la barriga de papá.
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