Un león hambriento amenazó al zorro:
—Dame algo de comer o te comeré.
El zorro, astuto, encontró a un burro y le dijo:
—El león quiere hacerte rey. Ven conmigo.
Cuando el león vio al burro, lo atacó de inmediato y de un mordisco le arrancó las orejas. Aun así, el burro logró escapar. Furioso, le reclamó al zorro:
—¡Me engañaste! ¡El león quiso matarme!
El zorro, sin pestañear, respondió:
—¡No seas tonto! Solo te arrancó las orejas para que puedas usar la corona. Ven, volvamos.
El burro, ingenuo, creyó la historia y siguió al zorro otra vez.
Pero el león volvió a atacarlo y esta vez le mordió la cola. El burro huyó gritando:
—¡Mentiste! ¡El león me arrancó la cola!
El zorro, manipulador, le dijo:
—Eso es para que puedas sentarte mejor en el trono. Regresa conmigo.
Y el burro volvió… por tercera vez.
En esta ocasión, el león lo atrapó y lo mató.
El león felicitó al zorro por traer al burro de vuelta y le ordenó:
—Despelleja su cuerpo y tráeme su cerebro, pulmones, hígado y corazón.
El zorro obedeció… casi. Se comió el cerebro del burro y entregó solo los demás órganos.
El león, molesto, le preguntó:
—¿Dónde está el cerebro?
El zorro respondió:
—Mi rey, ese burro no tenía cerebro. Si lo tuviera, no habría regresado a usted después de que lo atacara dos veces.
El león reflexionó y dijo:
—Tienes razón.
Reflexión final
Esta fábula nos recuerda que:
La ingenuidad sin criterio puede ser mortal.
No todos los que aconsejan, aconsejan bien.
Un enemigo disfrazado de “amigo” puede llevarnos directo al desastre.
Y que, si una situación te daña una y otra vez… no vuelvas.
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